5. Las ciudades medievales


5.3. La expansión comercial


El funcionamiento de los gremios

Los maestros artesanos disponían de sus propias herramientas, en el taller realiza todo el proceso de producción y es también la tienda donde vende a los clientes, además ese mismo edificio es donde está también su vivienda. Llegar a maestro no es fácil, el oficio se aprende de pequeño, como aprendiz y después se pasa a oficial. Solamente los oficiales que tienen dinero y aprueban un examen, pueden establecerse como maestros con el permiso del gremio.

Los artesanos de cada ciudad se agrupaban en gremios para protegerse de la competencia. El gremio obligaba a cumplir unas normas: no se podía trabajar en la ciudad sin permiso; todos los artesanos debían trabajar las mismas horas con el mismo tipo de herramientas, y, además, el gremio controlaba la calidad y el precio de los artículos.

El mercado en la ciudad

 

Había días de mercado a los que acudían campesinos con sus productos agrícolas y ganado para vender. Con los beneficios de la venta adquirían productos artesanos: vestidos, zapatos, tijeras, cuchillos o toneles. También iban mercaderes, unos a vender productos que no se encuentran en la ciudad, como la sal, y otros a comprar ganado o productos artesanales para luego venderlos en otra ciudad. El día de mercado lo aprovecha la gente de los alrededores de la ciudad para ir al barbero o hacerse un traje; también es donde se enteran de las noticias de la comarca. Acuden al mercado saltimbanquis que entretienen con sus piruetas y juglares que cantan canciones y cuentan historias.

El gran comercio y las rutas marítimas

Para el comercio a corta distancia se utilizaba el transporte terrestre, pero para las largas distancias se usaba el transporte marítimo, debido a la mayor capacidad y a la velocidad de los barcos. La primera gran ruta era la del Mediterráneo, con ciudades como Venecia, Génova, Marsella, Barcelona y Valencia, éstas comerciaban con los puertos de Oriente Próximo y el Imperio bizantino, de donde se importaban productos como seda y especias y se exportaban tejidos, armas y herramientas. Luego se abrieron otras, como la del Atlántico que iba desde Lisboa y los puertos de la zona cantábrica hasta los puertos del mar del Norte y del mar Báltico. Otra ruta era la del Báltico, donde un grupo de ciudades del norte de Alemania (Hamburgo, Lübeck, Rostock y Dantzig), Países Bajos (Amsterdam), Dinamarca, Suecia, Finlandia y Rusia (Novgorod y Riga) se asociaron comercialmente y defensivamente; estas ciudades comerciaban con lanas, vinos, pieles, maderas y trigo. La ruta Atlántica y la Báltica coincidían en las ciudades de los Países Bajos (Brujas, Gante, Amberes y Londres).

Había comerciantes que realizaban largos viajes a Oriente en busca de especias y seda. El ejemplo más conocido es el viaje del veneciano Marco Polo en el siglo XIII que recorrió la ruta terrestre de la seda hasta China trayendo muchos productos que impactaron en la cultura europea como el helado y la pasta (de la que ya se tenía conocimiento en la época greco-romana) que llegó a usarse masivamente en Italia.

Las ferias medievales y el auge del comercio

A partir del siglo XII, los caminos se hicieron más seguros y se construyeron nuevas vías. Los comerciantes de toda Europa empezaron a viajar y a reunirse en grandes ferias (mercados periódicos de grandes dimensiones) donde se compraban y vendían grandes cantidades de productos. Así, algunas ciudades señalaron unos días especiales para realizar estas ferias, de las cuales las más famosas eran las de Champagne (Francia) y Medinaceli (Soria, España). Las ciudades, los monarcas y algunos señores locales, interesados en el crecimiento del comercio, promulgaron leyes para proteger a los mercaderes.

El comercio hizo necesaria la circulación monetaria y muchas ciudades volvieron a acuñar moneda, las más valiosas las de oro, luego las de plata y las de aleación de plata y bronce. También era normal que particulares y sociedades prestasen dinero con intereses o recibieran depósitos en oro o plata por los que entregaban una letra de cambio[1]. El propietario de esta letra de cambio podía usar este recibo como moneda en las transacciones comerciales y así no viajar con el dinero, que en la Edad Media era aún íntegramente en monedas de metales preciosos. 

 



[1]La letra de cambio es un título o recibo que garantiza una deuda, con ella una persona se compromete a pagar a otra una cierta cantidad de dinero en una fecha determinada.

Los gremios 

Nadie puede ser tejedor de lana sin antes haber comprado al rey el permiso para ejercer el oficio (...).

Cada uno puede tener en su taller dos telares (...) cada hijo de maestro tejedor puede tener dos en casa de su padre mientras esté soltero (...).

Cada maestro puede tener en su casa un aprendiz, no más (...). 

Y nadie debe empezar a trabajar antes de que salga el sol, bajo pena de una multa de doce dineros para el maestro y seis para el oficial (...).

Los oficiales deben dejar el trabajo desde que el primer toque de vísperas haya sonado (...).

E. BoileauReglamentación gremial, del Libro de los oficios, 1268.


Rutas comerciales